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Ser futbolista profesional es el sueño de millones de niños que encuentran su mayor diversión en este deporte, sin imaginarse las dificultades que esto conlleva. El golf por su lado, despierta un interés significativamente inferior en la población infantil colombiana. Probablemente porque no es un deporte popular, no es un deporte que genere fanatismo y no es un juego de fácil acceso económico.

 

Este reportaje cuenta la forma en que un joven colombiano vio desvanecer su sueño de jugar al balompié, para ser forzado a entrenar casi a diario una disciplina que nunca pensó hacer: el golf.

 

Alberto Consuegra tiene 22 años y es estudiante de “la difícil” Ingeniería Industrial en la Universidad de los Andes. Según él, cursará 11 o 12 semestres para poder adquirir finalmente su título profesional. Durante su carrera universitaria ha sido parte de varios equipos de fútbol -el hobby de toda su vida- para la participación en varios torneos de la universidad. Cómo se puede apreciar, la participación en esas competiciones por parte de Alberto, no es más que toda una vida ligada al deporte, sin importar la disciplina en que se desempeñe.

 

La historia empieza a suceder aproximadamente a mediados de 1996, cuando de niño cansaba a todo su entorno familiar por estar dominando el balón contra las paredes, desde que llegaba del colegio hasta la hora de dormir. “Mi padre, un amante y practicante del golf, a la hora de castigarme siempre me escondía el balón”, dice Alberto. Efectivamente, su progenitor ya había dado por perdida la batalla de inculcarle los valores y el gusto por el deporte de Tiger Woods. Un domingo cualquiera, el plan familiar terminó en uno de los extintos golfitos de la capital del país. “Yo me divertía mucho porque le ganaba a mi hermano que se creía mejor que yo, ya que el si practicaba. Recuerdo que había un hoyo que tenía un volcán y de tanto montársela lo partió de una patada”, manifiesta Alberto entre risas. Entre chistes, carcajadas y enojos de hermanos, se acercó un señor de edad llamado Felipe Pérez. Le preguntó al padre de los niños cuánto llevaba Alberto practicando. Afirmó que con el porte y el movimiento para pottear tenía mucho potencial para ser exitoso en esa disciplina. A partir de ese momento la vida de Alberto cambió.

 

Bajo el incentivo de que podría llegar a ser famoso, o en el peor de los casos, conseguir una beca para realizar sus estudios universitarios en los Estados Unidos, Alberto llenó sus ilusiones, esperanzas y mente de niño en los campos de golf de los clubes bogotanos. Sufría cada entrenamiento y cada competencia en la que participaba con el mismo desánimo con el que un niño madruga para ir al colegio a ver a los profesores que poco le agradan. A pesar de ello, siempre conservaba la esperanza de sacar provecho del talento innato en la disciplina que tanto le aburría. Poco a poco aumentaron las presiones y exigencias a tal punto que le delinearon su forma y estilo de vida. Un claro ejemplo de ello son las exigencias en la alimentación y el alejamiento definitivo del fútbol, por temor a una lesión que pudiese dañar su excelso “swing”.

 

Con el transcurso del tiempo, varios títulos en categorías infantiles y juveniles en su palmarés, mostraron que como jugador tenía un buen nivel para el ámbito colombiano y sudamericano. Sin embargo, ese nivel no era suficiente para llegar al profesionalismo. Así las cosas, el objetivo primordial en esos momentos era obtener una beca en Estados Unidos, el sueño de Alberto desde que empezó a entrenar.  Como era de esperarse, tras tanto esfuerzo y sacrificio llegó la oportunidad que había estado esperando. La Universidad de la Florida estaba dispuesta a asumir toda su carrera universitaria para hacerlo integrante de Gators, el programa deportivo de la institución y uno de los más prestigiosos del país.

 

Uno de los requisitos era presentar una entrevista y estaría todo listo. Todas las preguntas estaban formuladas respecto al golf, el tiempo que le dedicaba, horas de entrenamiento, entre otros aspectos. “Yo pensé que querían saber si yo le dedicaba mucho tiempo al golf y que no me iban dar la beca por no tener tiempo para estudiar. Entonces yo empecé a contar mi historia, que jugué golf obligado, que no me gustaba, que prefería el fútbol y a la mitad de la entrevista me dicen que no puedo ingresar a Gators porque no me apasiona el deporte y que el programa es para deportistas disciplinados con altos rendimientos”.

 

 

 

 

Hoy en día Alberto asegura ser más feliz que nunca en la Universidad de los Andes y

jugando Fútbol como hobby, así esté lejos de la vida que siempre se imaginó tener

junto al golf.

Campeón sin pasión

Alberto posa con sus logros en el golf. 

Por: Carlos Daniel Vergara

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           Fundas

 

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